a veces los domingos

Apenas veintidós junios han pasado por su cabeza rubia y sin embargo tiene mi niño unos ojos ancianos, los brazos apelmazados de anti Sansón y la palabra tan quieta, que el frío se ve más antiguo en su cara que en ningún otro cuerpo.
Germán sonríe y su boca dice más que cualquier gesto, sonrisa que es mueca extraña y ajena a mi niño rubio, pose que parece venir de otro sitio, sabor a día cálido en medio del invierno. Puede que sonría pero tal vez sea solo que el viento le entornó la mirada, le estiró la comisura de la boca volviéndolo un niño nuevamente en todos los detalles: bucles dorados, piel de pecas y manos redondas. Pero Germán no se demora en la postura, rápidamente modifica el rictus, enmudece, se fuga, parece abandonar nuevamente la habitación borrando con esmero todo color reciente, arrastrando el aliento, envejeciendo, hibernando mientras le preparo un café sin azúcar, sin leche, bien oscuro.

- Cuando eras diminuto fui la primera en tenerte en brazos, lo sabías?... Te lo conté?... te lo digo en serio!...naciste,

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